Nuestra historia comenzó con un deseo sencillo: vivir una vida pacífica en armonía con la naturaleza. En 2014, nuestro fundador Pema llegó a Colombia con el sueño de una vida tranquila y yóguica en la selva. Pero una repentina experiencia cercana a la muerte lo llevó a un hospital en Medellín, donde encontró fuerza y consuelo en la práctica de la meditación. A medida que sanaba, otras personas comenzaron a buscar su guía. Lo que comenzó como un viaje personal pronto se transformó en algo mucho más grande.
En 2016 nació La Casa de Loto, y en 2025, Senda Loto — santuarios para buscadores espirituales de todos los caminos de la vida.
Pema es un experimentado guía de meditación y yogui con más de 15 años de práctica dedicada en el budismo tibetano, especialmente en la tradición Dzogchen. Ha estudiado y se ha formado con algunos de los maestros más respetados de nuestro tiempo, como S.S. el Dalai Lama, Dzongsar Khyentse, Dzogchen Ponlop y su maestro raíz, el gran yogui Loppon Jigme Rinpoche.
Perder a sus padres en la infancia le dejó una profunda huella. Ese dolor desencadenó una búsqueda de sentido que duró toda la vida. La música se convirtió en su primer refugio, lo que le permitió desarrollar una carrera exitosa; pero incluso en la cima del éxito, algo faltaba. El silencio bajo el ruido seguía creciendo, hasta que lo arrastró a una oscuridad de la que ya no podía escapar.
En su punto más bajo, cuando consideró quitarse la vida, vio una simple verdad: que todos los pensamientos y emociones son meras proyecciones de la mente sin esencia, vacías de sustancia. Así que se desprendió. De la carrera. De la persecución. De todo lo que creía ser. Se alejó de la vida que conocía y partió en solitario: recorrió países, realizó largos retiros y se adentró en lo desconocido. Se formó con yoguis apasionados y maestros budistas, enfrentándose a sí mismo una y otra vez en silencio y soledad.
Hoy, las enseñanzas de Pema son crudas, reales y arraigadas en la experiencia vivida. Sin rodeos. Sin representaciones espirituales. Solo la perspectiva práctica de alguien que ha estado al límite y ha encontrado la salida.
Volverse real es quizás la parte más importante —y a la vez más ignorada— del camino espiritual. No se trata de convertirse en algo más. Se trata de soltar lo que no es verdad. Las máscaras, los roles, las identidades pulidas que hemos construido durante toda una vida. ¿Y lo más difícil? Darnos cuenta de que incluso nuestro camino espiritual puede convertirse en otra máscara más.
El materialismo en su forma común es fácil de reconocer. La búsqueda interminable de posesiones, comodidad, estatus, validación. Agarramos hacia afuera, esperando que algo “ahí fuera” nos haga sentir completos. Pero ese aferramiento nos desconecta. De los demás, de nuestro ser profundo, del momento justo frente a nosotros. Empezamos a vivir en la superficie de la vida —ocupados, consumidos, y sutilmente temerosos de desacelerar y sentir lo que hay debajo.
Entonces emprendemos un camino espiritual, esperando algo más real. Pero sin conciencia, el mismo aferramiento nos sigue. Solo que ahora está cubierto con lenguaje y prácticas espirituales. Perseguimos conocimientos en lugar de ingresos, estatus como personas “sabias” o “despiertas” en vez de éxito mundano. Meditamos, hacemos yoga, estudiamos enseñanzas —todas cosas buenas— pero con la esperanza silenciosa de que nos eleven por encima de otros, o nos protejan del malestar.
Esto es materialismo espiritual: cuando la espiritualidad se convierte en otra forma de fortalecer el ego. Y, como el materialismo común, también crea distancia. Podemos sentirnos “por encima” de quienes no se han “despertado”. Podemos esconder nuestro dolor tras las enseñanzas o fingir que hemos trascendido cosas en las que aún estamos profundamente enredados. Nos desconectamos —de nuestra vulnerabilidad, de la conexión honesta, de la humildad que hace posible el amor.
La verdadera espiritualidad nos reconecta. Y aquí es donde vipassana —la meditación de insight— juega un papel vital. Al observar suavemente nuestra experiencia, vipassana revela los patrones habituales de aferramiento y apego que nos mantienen atrapados en la ilusión. Nos muestra las máscaras momento a momento, con compasión y claridad, ayudándonos a soltar, no por fuerza, sino por reconocimiento natural.
Nos abre, no para hacernos mejores que otros, sino para hacernos reales. Nos pide dejar de actuar —para obtener aprobación, éxito o validación espiritual— y simplemente estar aquí, plenamente. Presentes, imperfectos, conscientes de nuestras propias contradicciones. Dispuestos a sentir. Dispuestos a no saber. Dispuestos a dejar morir un poco al ego, una y otra vez.
Cuando dejamos de necesitar ser alguien —ya sea alguien rico o iluminado— empezamos a volver a la vida. A la simplicidad, a la bondad, a la presencia silenciosa. Y en ese espacio sucede algo sagrado: nos reconectamos. Con nosotros mismos. Con los demás. Con el mundo tal como es.
Y quizá ese sea el verdadero comienzo de la libertad —no en convertirse en más, sino en volverse real.